Los hombres de mundo saben todo y no saben nada.
Son falsos videntes, guías extraviados.
Respiran envidia, escupen mezquindad, bebiendo
y repartiendo el veneno de la resignación.
Y entonces con la rebeldía domesticada,
la podredumbre destroza los cerrojos de
una casa, de una oficina, de un barrio, un gobierno, el mundo.
En un día, diez años, dos siglos, un segundo.
Sigan con lo suyo no vienen tan mal...
Hagan su trabajo hombres de mundo.